El aceite es Jesús, y
“los que venden”, también es Jesús. Pues sólo él se entrega a sí mismo. Nadie
puede sacar de él. Solamente podemos poseer de él si él mismo se extiende hacia
nosotros.
Lo puntual en esta frase
es: venden. No es gratuito. Algo hay que pagar por ese aceite. Para que luz
saliera de la lámpara gracias a ese aceite, se requería de una mecha para
quemar. Para poseer aceite, también se requiere un pago.
Lo que sucedió durante
una campaña evangelística del año 1917 en un lugar de los Estados Unidos, donde
la predicadora era Aimee Semple McPherson, muy utilizada por Dios al
principio de este siglo, habla del
precio que se debe pagar.
El siguiente es el relato del suceso, descrito
por ella misma:
“El Señor estuvo con
nosotros desde el comienzo de la campaña. En los primeros días unos cincuenta y
cuatro recibieron el bautismo, y el número se incrementaba diariamente hasta
que pasadas dos semanas y media se podía decir con seguridad que más de cien
recibían. Pecadores endurecidos lloraban su camino hasta el altar; muchos
estaban sentados temblando de pies a cabeza
bajo convicción, y pecadores que iban hacia el altar caían antes de llegar. A menudo era imposible
predicar, el Espiritu Santo conducía la reunión; mensajes en lenguas e
interpretación eran emitidos de muchos vasos vaciados; ondas de gloria y
maravillosos cantos soplaban sobre la audiencia.
Una noche el
Espíritu Santo desarrolló una actuación
teatral , que mostraba a las diez vírgenes que salían primeras a recibir al
Esposo. Ellas decían: —él demora su venida; descansemos.
Algunas argumentaron
entonces que debían esperarlo despiertas, porque el que vendría, vendría rápidamente; pero finalmente
todas se durmieron. De pronto, se oyó un fuerte clamor:
—¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
Entonces todas las
vírgenes abrieron sus ojos y examinaron sus lámparas alarmadas. Las cinco
hermanas que interpretaban a las cinco vírgenes prudentes danzaban de gozo por
el aceite, pero las insensatas les rogaban a las prudentes que compartieran su
aceite con ellas. Las prudentes les dijeron que era imposible, y enviaron a las
insensatas a comprar aceite de él, quien tenía para vender.
Luego seguía una escena
en la que las insensatas, luego de golpear en una puerta imaginaria, regatearon largamente sobre el precio del aceite; ellas querían pagar solamente un precio que
no las incomodara, que no fuera un sacrificio; pero el hombre que vendía les
pedía a todas que entregasen el cien por ciento en sacrificio antes de darles
aceite. Al fin cerraron trato y volvieron, sólo para hallar que las prudentes
habían sido alzadas para recibir al Señor; entonces cayeron al piso y se
tiraban de los cabellos y lloraron fuertemente.
Esto fue seguido por un vibrante llamado a todos
a rendirse completamente, a pagar el precio, a comprar el aceite ahora, pues el
Esposo está a la puerta.
Este fue solamente uno de los muchos maravillosos mensajes que exceden
cualquier descripción, que fueron dados en medio nuestro.”